Cuando hablamos de la música criolla de la llanura pampeana estamos hablando de una expresión cultural de profundidad y lejanía, tal cual lo refleja el paisaje en sus habitantes y en sus horizontes respectivamente. Profundidad que podemos observar en géneros musicales como el triste, el estilo, o la milonga más cansina; y lejanía que percibimos en triunfos, huellas, malambos sureños, milongas corraleras y gatos. Ahora bien, cuando hablamos del tango, rara vez hacemos mención a estas cualidades expresivas, y mucho menos a su origen de estirpe criollo, pampeano y por sobre todo campero y gaucho, -haciéndose fuerte la voz que denuncia sus ancestros europeos llegados de los barcos en sucesivas inmigraciones-, y callando las que esclarecen su pata criolla. Aunque sin duda las raíces europeas fueron de gran relevancia, no fueron exclusivas en la configuración, crecimiento y evolución de nuestro tango.

En este sentido podemos mencionar numerosas situaciones que nos afirman la laya criolla del tango, pero en este Capítulo I  haremos hincapié en algunos de los maestros “formadores” e influyentes tanto del tango como de la música criolla, hecho que sin duda deja en claro la raíz común de la expresión genuina de la provincia de Buenos Aires.

 

Existen varios casos de compositores que han abordado la música bonaerense criolla y el tango en igual dimensión, y a su vez han sido referentes y maestros de artistas de la llanura pampeana, pero basta con nombrar dos como muestra representativa: Mario Pardo y Alberto Hilarión Acuña. Para ser fiel a la cronología de sus nacimientos empezaremos por Mario Pardo. Oriental el hombre, de Cerro Largo y de gran estirpe criolla, condición que se refleja con solo mencionar que nació en esas tierras uruguayas casi por casualidad, como consecuencia de una compra de hacienda que a su padre lo tenía por esos pagos. Fue un guitarrista de excelencia, concertista, habiendo estudiado en Buenos Aires y luego en Italia. Tal condición le alcanzó para que Eduardo Arolas le dedicara el tango “La guitarrita” (o como rezara la partitura original: “Dedicado al distinguido amigo MARIO PARDO. Reputado concertista de guitarra”). También fue director de Banda Militar en su tierra natal. En pareja con Clodosvinda Martinez Pita (“Clodos”), con quien compartió los últimos años de su longeva vida en la ciudad de Burzaco, más precisamente en el barrio “El gaucho” (barrio con nombre a medida de su estirpe).

Mario Pardo y Clodosvinda en Mar del Plata.

 

Pero lo que nos importa de sobremanera es su gran labor como intérprete y creador de la música criolla y del tango. Fue cultor de una amistad con Carlos Gardel, -a quién según su propio decir nunca nadie le dijo “Carlitos”, si no que se le llamaba “Don Carlos”- quien le llevó al disco algunas de sus más grandes obras, “La tropilla”, con letra de Santiago Rocca, que es un triunfo con alguna pequeña modificación en su estructura formal, pero que conserva el espíritu criollo de esa danza; “Hay una virgen”, con letra de Lord Byron y adaptada por el mexicano Manuel Flores, en dos versiones bien distintas, la primera en el año 1920 con un mayor aire criollo, y la segunda grabada el 4 de noviembre de 1930 mucho más tanguera y con una interpretación del Zorzal notable; “La maleva”, tango al que Mario Pardo le hizo los versos y la música Antonio Buglione, en el año 1922, “Linda provincianita”, con letra y música del propio Pardo, en el año 1920, que es un aire de zamba grabada a dúo con Razzano, y “Gajito de cedrón”, con letra de Alfredo Navarrine, el 30 de marzo de 1927.

Mario Pardo dejó gran número de grabaciones propias para el sello Odeón, de quién fue artista exclusivo durante varios años, en las que interpreta tangos y música criolla en general, con su guitarra y su voz.

 

 

 

Alberto Hilarión Acuña, al igual que Pardo guitarrista y cantor, nació en Lomas de Zamora, y fue criado artísticamente entre gente de puro estirpe criollo, haciendo un gran aporte a la música de nuestra llanura. Pero para trazar algunas diferencias y similitudes con Pardo, podemos decir que Acuña ha sido un músico que se ha desarrollado principalmente en dúos, habiendo formado un dúo famoso junto al tucumano René Ruiz: el dúo Ruiz-Acuña, de trascendencia notable, casi al punto de estar a la altura de Gardel-Razzano en cuanto al éxito de la época. También conformó otros dos dúos: Acuña- Díaz y Acuña-Maciel con menor repercusión que el antes mencionado, pero de gran calidad. En cuanto a las similitudes, cabe destacar que tanto a él como a Pardo, Carlos Gardel le grabó varias obras de estirpe criollo y tanguero que justifican sin duda su presencia en “De bordonas y zorzales”.

Dúo Ruiz-Acuña (1935)

 

Entre las obras que Gardel le grabara, podemos mencionar una de las muy escasas chacareras que llevó al disco el Mudo, “La choyana”, de Acuña y Ruiz, en 1925 y a dúo con Razzano, en el ‘25 y el ‘26 le graba dos gatos cuyanos (uno con alguna pequeña modificación formal*) “Del infierno adelante”* y “Mi suegra no me quiere”, ambos de Acuña y Ruiz, de tipo picaresco y con la misma temática: La suegra. Las otras tres grabaciones que le realiza son de corte bien tanguero, y una mejor que otra: el último día del año 1929 graba “De salto y carta”, con letra de José De Cicco, un tango de corte timbero, en el que se describe una escena de juego entre algunos varones/que se devoran como unos leones/
con ansias fieras al tallador”;
el 25 de agosto de 1933 graba “Tenemos que abrirnos”, tango con letra del rosarino Agustín Irusta (otro tremendo exponente del criollismo y el tango, que con su obra y su trayectoria artística coloca a ambas expresiones musicales de llanura en lo más alto del olimpo musical argentino); y por último el 21 de agosto de 1930 “Colorao, colorao”, un tango criollo con letra, ni más ni menos, que de Celedonio Esteban Flores (de quien haremos algún capítulo especial en De bordonas y zorzales en próximas entregas), del que podemos decir que es una pintura del más puro criollismo como quizás no haya otra, y en el que encontramos una de la pruebas más fehacientes de que el tango es criollo.

Alberto Hilarión Acuña compuso muchas otras obras de nuestro cancionero criollo, como estilos, tonadas, valses y milongas, entre las que debemos destacar el vals “Temblando” junto con el poeta nativista Gualberto Márquez (Charrúa), que han grabado innumerable cantidad de artistas, como Roberto Goyeneche, Rubén Juarez, Francisco Fiorentino, José Larralde y hasta Raly Barrionuevo, entre otros; y la milonga “Tu vuelta”, con letra de Aníbal Casalla, que grabara la notable Julia Vidal y que supo clausurar la eterna Nelly Omar.

Sin lugar a duda, después de habernos inmiscuido en parte de la obra de estos dos guitarristas del sur del conurbano bonaerense, donde la guitarra hasta el día de hoy es la voz más representativa de su gente, -donde al levantar una baldosa o mover una maceta, puede aparecer un Horacio Avilano, un Juanjo Domínguez, o un Carlos Moscardini, donde el lenguaje de sus artistas tiene al criollismo y al tango como moneda corriente-, podemos decir que ese tango que tanto ha viajado por el mundo, ese tango que en tantas radios ha circulado, ese tango de las milongas y salas de concierto, de los bares y los patios: es criollo. Pero mucho más aún si pensamos que los dos maestros que hemos revisitado, Mario Pardo y Alberto Hilarión Acuña, fueron además de piezas fundamentales en la conformación del tango moderno, mediante la voz de Carlos Gardel y a través de sus composiciones, el nexo, -y para decirlo en criollo-, el lazo que maneó el tango con el criollismo, porque ambos músicos fueron maestros de dos de los artistas más importantes de la música de la llanura pampeana. Mario Pardo fue maestro y amigo de Omar Moreno Palacios, a quien le dio clases de guitarra durante varios años, enseñándole las cuestiones más importantes de nuestra música, su origen, su historia y su interpretación; pero además Mario Pardo ha escrito unas palabras en la contratapa del sexto disco del artista de Chascomús, Museo de Barro, del año 1975: “Allá va por los caminos/con sus trovas y su sueños/es como un himno Sureño/en el sentir Argentino” (ver foto).

«Museo de Barro» de Omar Moreno Palacios

 

Y Alberto Hilarión Acuña, fue maestro y mentor del gran artista de Quilmes, Oscar del Cerro, “El Tordillo”, a quien le legó todos sus conocimientos criollos del canto y la guitarra. De esta forma vemos en quienes fueron pieza fundamental de la música criolla de provincia de Buenos Aires, la continuidad de los grandes maestros de los orígenes del tango moderno, y por consiguiente la continuidad de la estirpe más criolla de Carlos Gardel.

Juan Martín Scalerandi
Octubre 2017

 

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