Fotos: Magdalena Ladrón de Guevara
Se sabe que el objetivo del cálculo de probabilidades es el estudio de métodos de análisis del comportamiento de fenómenos aleatorios. Nunca fui bueno en matemáticas hasta que un día me preguntaron cómo conocí al Pibe Palermo, uno de los más brillantes bailarines de tango de la historia. Mi análisis de cómo di con él me llevó a pensar que hay muy pocas probabilidades de que al lado de la Casa del Bandoneón, lugar que dirijo desde hace muchos años, viviera uno de los tres referentes más importantes de nuestra danza. Ahora bien, si estoy mudándome cada tres años… las probabilidades aumentan. Es algo así como lo que siempre dice el gran maestro golfista De Vicenzo… Cuanto más practico, más suerte tengo.
Una mañana en la puerta de Bolívar 887 (una de las tantas Casas del Bandoneón) observé a mi anciano vecino quien siempre quería darme charla y yo evitaba por prejuicioso ya que por momentos lo veía vestido con traje azul a rayas e impecable boina al tono y… ojotas. Un viejo loco pensaba yo sin siquiera sospechar que el viejo loco era el Maradona del baile y cuidaba sus pies como un tesoro. Y esa mañana lo observé particularmente porque era la primera vez que lo veía caminar y recuerdo que se me figuró en la mente la vez que vi al Bambino Veira, ya retirado de las canchas, claro, caminando por Corrientes como si fuera sobre tacos aguja. ¡Que asociaciones hace uno a veces. ¿Cómo le va? Me decía con un gesto caballeresco tomándose la boina con el pulgar y el índice, movimiento que yo repetía ridículamente con mi boina negra comprada en un puestito callejero del barrio de Once.
Todo cambió cuando otro día me apiadé del viejo y le respondí a la pregunta… Debió haber sido un día hermoso, seguro. Y debí haber salido a comprar algo de urgencia porque una vez que dejaba a Valentina en el jardín ya no volvía a salir. Y tuvo que ser a la ferretería de Chacabuco porque volviendo desde Estados Unidos y doblando por Bolívar vi la boina, apenas asomada, en el umbral. Cuantos fueyes vienen acá ¿eh? Luego de unos minutos donde yo amagaba poner la llave en la cerradura para terminar con la aburrida charla, observé que el señor hizo el gesto de la boina pero no hacia mí sino a mi otra vecina, la bailarina Aurora Lubiz que sabía transitar la calle Bolívar con un andar tanguero hasta para hacer las compras. ¡Cómo le va maestro! Dijo Aurora, y le partió la cara de un beso. Ah, ¿se conocen? dijo ella. ¡Claro! Respondí con cara de piedra, y a partir de ese instante, la llave en mi mano que hasta unos minutos atrás había sido el único instrumento para mi escapatoria, fue desde ese momento un boleto al paraíso de las leyendas del tango. Los días, meses y años siguientes de mi amistad con el Pibe Palermo son el motivo de estos relatos que llevo como una de las cosas más preciadas de mi vida, que como otras tantas, se las debo a algunas inmobiliarias del barrio de San Telmo.
¿Qué hacés nene? ¿Vas a estar más tarde para charlar? ¡Mirá! Fui a dar una clase. Y me mostraba el borde del bolsillo haciendo asomar una pila de billetes. Nunca olvido la cara que ponía cuando hacia eso. Como diciendo “todavía puedo”. El Pibe subía al taller casi todos los días. Cecilia le hacía un té con limón, eso le gustaba. Y empezaba a contarme de cuando le robó la mina al Cachafaz y se armó flor de despelote. ¡Me quería matar cuando Carmencita se vino conmigo! ¡Me quería pegar un tiro! Decía con una sonrisa donde apenas movía los labios y las leyendas se me caían encima . Que bailó con la orquesta de De Angelis, con Troilo y con Pugliese es historia conocida. ¡No sabes lo que hacia Troilo! ¿Querés que te cuente? Entre una cosa y otra que yo iba haciendo con los bandoneones, se me figuraban las caras de todos los personajes que tenia rescatados de las revistas antiguas y de las tapas de los vinilos. Figuritas solemnes, sonrientes, inmóviles y en blanco y negro, muy distintas a las de tres dimensiones que tenia el Pibe en su cabeza. Después de un rato se quedaba dormido. La primera vez que ocurrió llamé a Cecilia para preguntarle qué hacer y me dijo: ¿vos viste a su esposa? Dejalo, va a estar mejor acá.
Yo dejé de bailar porque tuve un problema en el cerebelo viste, acá atrás… y se tocaba la cabeza. Fue en una exhibición en el teatro, con Silvia. ¡Que mina! Perdí el equilibrio. El médico me dijo que me voy a recuperar. Saliendo de mi taller tenia un patio bien iluminado, lindo piso de porcelanato y cerca, una zona con parquet bien pulido y plano con una claraboya y unas plantas. Malvones también. Era el lugar propicio para que el pibe me mostrara los pasos del canyengue, los de la guardia vieja y de algunos que estaba creando. Mira, este lo inventé yo –me decía– se llama la bicicleta. Y me parecía imposible que un tipo con más de ochenta años pudiera sincronizar esos movimientos. ¿Qué te parece? ¿Podré volver a bailar? Un día en la cocina me dijo: ayer me llamó de nuevo Silvia, me dice “hola mi conejito”. ¡Y yo no sé qué hacer! ¿Vos qué pensas? ¿Qué le digo? Parecíamos dos adolescentes en la edad del pavo desafiando a todos los románticos de la historia con frases de las que vienen en los chocolatines “dos corazones”. Dígale que se tienen que encontrar. ¿Estás loco? Está con él, ¡no se puede!
Eran los tiempos en que yo tenía el berretín de tocar en una orquesta típica y ensayábamos en mi casa. El Pibe Palermo presenciaba los ensayos y las filas de bandoneones. Fue el padrino de nuestra orquesta. ¿Camino negro? ¡Jaja, con ese nombre no van a llegar a ningún lado! ¡Tienen que ser bailables! Decía, mientras yo trataba de explicar a mis compañeros que mi vecino era algo más que una ocasional visita o un pariente. Que se trataba de un prócer. Y lo decía yo, que hasta un tiempo atrás escapaba del viejo como de la bruja Gladys cuando era niño. La bruja Gladys. Quizás me perdí de algo ahí también. El taller era bastante concurrido y no quieran saber lo que el Pibe decía de algunos bandoneonistas que probaban los fueyes después de la afinación. El estaba ahí como una escultura viviente de un material sensible compuesto por el, por Troilo, Pugliese, De Angelis. Yo tengo problemas en mi casa ¿viste? Me levanto muchas veces por la noche, molesto… ¿No podré quedarme acá? Vos sos el único amigo que tengo. Una mañana diferente a las demás bajé a abrirle la puerta y ahí estaba su figura chaplinesca con una valija antigua y flaca, de cuero marrón, seguramente compañera de muchas de las giras interminables de los años 40. Y con la mirada típica de una declaratoria de amor, me dijo “Vengo a vivir con ustedes…”
Soy la hija del Pibe Palermo. Dejen descansar en paz a mi papá y dejen de publicar las boludeces que un otario, que se ve que no tiene nada que hacer de su vida, anda diciendo por ahí.
Alejandra,Lamento mucho la reacción que has tenido,pero no me sorprende.Fuí amigo de tu padre hasta los últimos días y este relato no tiene una sola palabra alejada de la verdad.Es mi homenaje a un verdadero Grande escrito durante los pocos minutos que me deja mi actividad de luthier de cada día