Matías Trípodi es un lingüista, bailarín y coreógrafo argentino residente en Francia. Conversamos con él sobre interculturalidad y sobre sus diversos proyectos con el tango.
Por Vanina Steiner
Foto destacada: Sebastián Leban
Matías, estudiaste Letras en la Universidad de Buenos Aires. Sos bailarín, coreógrafo, docente, escritor, investigador, artista plástico, gestor cultural… ¿me olvido de algo? De todas las artes con las que trabajas y creas, hay algo en lo que te sentís más en casa o es tu medio de expresión preferido?
Mi percepción, más allá de cada disciplina con la que trabajo, es la de una continuidad de una pregunta subyacente común: ¿cuál es el vínculo entre el tango y el lenguaje, la danza y el lenguaje, y cuáles son las posibilidades que ese acercamiento habilita combinando una práctica y un modo de investigar precisos? El lugar en donde me siento más en casa es tal vez un espacio donde hay una práctica sin demasiados cuestionamientos y, en paralelo, una reflexión teórica que busca identificar preguntas y modelizar formas de acción, entendidas como posibilidades provisorias de acercamiento a la experiencia. Hay una forma de intermitencia y de idas y vueltas entre distintos campos que termina siendo fundamental para la visión que trato de ir desarrollando.
Hace más de 10 años que te instalaste en Europa, y ya varios años con base fija en Francia. ¿Te consideras “entre culturas”? En el sentido de habitar en estos dos mundos, que son tu casa y parte de tu experiencia.
Una parte importante de mis proyectos y de mis experiencias se construyeron a lo largo de estos años en diálogo con espacios y posibilidades de Europa. Pero eso no hubiera podido generarse, paradójicamente, sin una voluntad clara por acercarme a Buenos Aires, aunque sea de forma imaginaria. Uno desarrolla proyectos acá, en Europa, pensando en el allá, Argentina. En ese sentido, hay una posición entre dos territorios que se va construyendo progresivamente, más allá de la cantidad de tiempo que uno pase en uno u en otro lugar. A veces, en París, rodeado de libros de tango de Buenos Aires, casi puedo pensar que si salgo a la calle puedo ir a dar una vuelta a Callao y Corrientes, a Villa Crespo o a cualquier otro barrio para visitar amigos. Hay una libertad muy grande que se genera al estar en una realidad marcada por dos espacios distintos. Eso se manifiesta sobre todo en cómo uno logra vincularse imaginariamente con uno y otro lugar.
Matías Trípodi y Florencia Segura
Francia acogió, históricamente, a muchos artistas argentinos. ¿Te gustaría compartirnos algo sobre tu experiencia como migrante?
Francia recibió a muchos artistas argentinos a lo largo de la historia, por períodos cortos o largos, viajes puntuales o exilios. Cada una de esas experiencias son distintas, caso por caso y por cada época. Nuestra época no es sencilla, pero si tuviera que resumir mi experiencia, diría que lo importante es ser claro en lo que uno propone y tener constancia y paciencia. Siempre es posible construir un camino, sólo que hay que encontrar las personas adecuadas y los contextos pertinentes para que los proyectos funcionen con una buena dinámica. Y mientras tanto, hay que poder continuar, seguir aprendiendo y manteniendo también una línea de motivaciones clara.
¿Cómo ves la escena tanguera en Europa y en Francia?
Hoy estamos en un momento de muchas transformaciones. Hay una mezcla de buenas intenciones, precipitación, necesidad e implicación, que se da hoy por hoy, a veces, me parece, un poco desconectada de Buenos Aires o de la historia de las fuentes que nos trasmitieron el tango. En todo eso hay a veces un poco de narcisismo y falta de curiosidad, que no ayudan, y otras veces una imaginación creativa original que propone reformulaciones interesantes. Creo que es un proceso en donde muchas tendencias distintas se superponen. En tanto mantengamos una curiosidad sincera por el tango y por lo que cada uno puede aportar, con un cierto compromiso simbólico con esta cultura, me parece que hay posibilidades de continuar en reformularla, hacerla propia, inscribirla en nuestro modo de ser y seguir haciéndola crecer. Como decía Osvaldo Natucci, el tango como un collar, cada uno es una perla, nadie tiene el collar entero. O como decía Pugliese, cada uno es un tornillo de la máquina tanguera. Me parece que hay que entender eso y tratar de hacer que la cosa funcione pensando en el tango. El tango, como cultura adentro de una cultura, como decía Horacio Ferrer, necesita de una postura en este sentido. Una curiosidad sincera me parece el elemento crucial en todo esto.
Hiciste una puesta en escena de la emblemática María de Buenos Aires de Piazzolla y Ferrer, con un importante elenco y con el Ballet de l’Opéra national du Rhin. ¿Qué nos podés compartir de esa experiencia? ¿Qué desafíos enfrentaste con ese trabajo?
Fue une experiencia importantísima para mi desarrollo. Fue un proyecto grande que me permitó trabajar con una compañía de ballet que venía siguiendo desde hacía un tiempo, con músicos de calidad como Alejandro Guyot — que convoqué para hacer el personaje del Duende —, Ana Karina Rossi — cantante uruguaya que colaboró con Ferrer — Nicolás Agulló — un director de orquesta argentino residente en Francia, muy estudioso y sensible — y la orquesta dirigida por Federico Sanz — director de lo que en ese tiempo era la Orquesta de Tango de la Casa Argentina de París— . Fue la posibilidad de trabajar con un equipo impresionante y en condiciones ideales. Pude incluir fotos de Claudio Larrea y proponer una puesta en escena minimalista, reuniendo distintas inspiraciones que me marcaron como coreógrafo. El desafío principal fue el de hacer una propuesta alejada de los clichés que a veces el público del tango europeo espera y, al mismo tiempo, abierta a una sensibilidad vinculada con el tango desde una forma contemporánea sin ir hacia la caricatura. Tenía un compromiso con la obra de Piazzolla que era fundamental: me parecía imposible hacer una puesta según los parámetros tradicionales de los espectáculos de tango, para una obra justamente que quería mostrar una forma de renovación. Quería también mostrar una sensibilidad posible en el tango, vinculada con lo íntimo y lo expresivo de sus formas menos aparentes.

Cómo bailarín y coreógrafo, ¿cómo ves el baile de escenario en la actualidad y dónde crees que podría haber un potencial de crecimiento creativo en las propuestas de espectáculos de danza o del tango de escenario?
Mi formación en danza contemporánea está marcada por colaboraciones concretas con compañías de danza en Europa que tienen un recorrido muy particular. El Tanztheater Wuppertal Pina Bausch, los bailarines de la Opera de París, compañías de lo que se llama en Francia “nuevo circo”, y otras tantas propuestas en el mundo del teatro y del teatro físico. Mi mirada está entonces atravesada por esas referencias. Me parece que hay mucho camino todavía por recorrer y que hacen falta dos cosas fundamentales: más apertura y más consolidación de espacios de producción. Si las casas de tango de Buenos Aires, que manejan un circuito económico más o menos establecido, pudieran programar a un coreógrafo por temporada para crear una puesta singular, cada año o cada dos años, o si un espacio como el Teatro San Martín o el Centro de Experimentación del Teatro Colón, invitaran a un artista de tango y a otro de otro universo creativo, a trabajar en una propuesta, eligiendo personas de generaciones e identidades diferentes por supuesto, me parece que se podrían construir formas originales o iniciar por lo menos una dinámica. Me parece que hace falta más visión. Muchos artistas terminamos viajando afuera para desarrollar nuestros proyectos dada la falta de espacios o voluntad de abrir espacios en Argentina. Yo creo que hay muchas personas que viajaron que desearían poder hacer aportes a la dinámica argentina. Eso generaría ya un diálogo y un enriquecimiento al alcance de todos, y con perspectivas de futuro.
Desarrollaste un sistema de notación coreográfica que se encuentra disponible en español y en francés. Contanos sobre este trabajo. ¿Cómo fue el proceso de desarrollo de este nuevo sistema?
El punto de partida fue desarrollar una metáfora que estaba presente, flotando en el aire, en el mundo de tango de Buenos Aires alrededor del año 2002, cuando empecé a bailar. Esta metáfora decía que el tango es un lenguaje. En mi caso, en tanto estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, asumí esa frase como una estrategia de lectura del fenómeno del baile del tango en particular. Eso dio a lugar a una serie de ensayos y artículos, que se fueron desarrollando a lo largo de varios años. Ahí apareció la pregunta por un sistema de escritura del movimiento. El proyecto fue avanzando con experiencias, lecturas y muchas intuiciones, hasta que finalmente logré formular una propuesta concreta, profundamente marcada por categorías del lenguaje. Pude interactuar con estructuras como el IRCAM, centros coreográficos en Francia, la BnF (la Biblioteca Nacional francesa), museos, entre otros espacios. Desarrollé este proyecto de manera independiente, con todos los riesgos que eso implica. El proyecto sigue creciendo y espero poder desarrollar todas las posibilidades que, al ir haciendo pude ir visualizando como posibles, respetando las particularidades de la práctica del tango y pensando en nuevas formas.


Una de las profesiones que más admiro es la del docente, la docencia y el arte como poderosas herramientas de transformación social. Me gustaría que nos compartas tu visión y tu experiencia enseñando a bailar tango en diferentes ámbitos y con alumnxs de diferente culturas.
La transformación que posibilita el baile del tango es uno de mis intereses centrales. El tango abre una posibilidad muy potente, en el marco de una interacción singular, para plantear determinadas preguntas y elaborar nuevas respuestas. Uno de los aspectos fundamentales para que esto ocurra es la posibilidad de asegurar encuentros entre identidades diferentes, de orígenes y definiciones lo más heterogéneas posibles. El tango abre un espacio donde todas esas identidades pueden hacer algo juntas, siendo cada una de ellas quién es pero sin asumir eso como un freno. Confío mucho en esta posibilidad del tango, de su baile y de nuestras formas de vivirlo. Por supuesto, no siempre se da todo de esta forma, pero el hecho de que pueda darse me parece fundamental. El juego del encuentro de diferencias tiene algo muy humano, que es la base para poder generar nuevos procesos, diálogos y entendimientos. Mi trabajo se focaliza en esta dimensión: generar rizomas, activar múltiples formas rizomáticas, dejarse atravesar por ellas. Desde mi punto de vista, no se trata de anticipar una respuesta sino de generar articulaciones que tiendan hacia una forma armónica. Me parece que esa posición es clave para abrir un proceso que, no sin tensiones, puede generar nuevos equilibrios y cambios profundos.
¿Tus proyectos para este año?
En este momento estoy con varias cosas. Sigo con mis actividades de clases y eventos de tango, sobre todo en París, en espacios atípicos como por ejemplo el mítico Cirque Électrique. Creamos hace poco una escuela de arte, incluyendo tango, en una galería dedicada a artistas de América Latina en París y formé también una asociación de tango en la ciudad de Surenses. Sigo con ganas de generar vínculos con los músicos, pero me parece que es necesario mejorar las formas de colaboración para que se abran espacios desde los dos lados. Estoy terminando un nuevo trabajo sobre el tango, para compartir distintas reflexiones desde una óptica nueva, y tengo en mente la idea de generar una nueva obra coreográfica. En fin, ¡muchas cosas! Sobre todo, espero poder volver a Buenos Aires para compartir más tiempo con toda la dinámica y la efervescencia del tango de allá.

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