por Anahí Pérez Pavez

Mentira que ganar un concurso no trae regocijo. Muchxs artistas están expectantes ante cada oportunidad y postularse a un premio ya es un ejercicio de empoderamiento. Significa comenzar a confiar en que el trabajo propio vale el reconocimiento y la llegada a más personas, en una sociedad complejizada por nuevas tecnologías donde el feedback de las audiencias condensa valores adicionales. Big data que el poder –entre comillas y en todas sus variables– sabe rastrear, paradójicamente, en grado ínfimo.
Los Premios Gardel son entregados hace 22 años por la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas –C.A.P.I.F.–, una organización sin fines de lucro que según su web “representa, desde hace más de 50 años, a los productores de música de nuestro país” y galardona la música desde 1980, certificando la penetración de álbumes en el público masivo –hoy otorga el oro a partir de las 20 mil unidades–. Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de ganar un Gardel? De modo conciso podemos responder: es un dato.
Este dato de real o potencial penetración en las audiencias, no es sólo un dato comercial cuando se trata de la música, aunque arroja mucho acerca de las posibilidades de su desarrollo. En momentos donde el sector tango vive una ebullición política y discute acerca de la presencia o ausencia del tango vivo en los medios públicos, justo cuando comienza a molestar la menor circulación y pago de regalías porque, básicamente, sobrevivir es una emergencia, en estos momentos se celebró la edición 2020 de los Premios Gardel y apareció otro dato: “30 de las 41 categorías tienen ganadores masculinos”. Así como cuenta la poeta y periodista Marina Cavalletti en su crónica para el sitio Folklore Club: el 73% de lxs ganadores del Premio Gardel 2020 son varones. En este contexto: ¿Importa que aparezcan Cazzu, Lali y Eruca Sativa? ¿Importa que Omar Mollo gane la categoría mejor álbum artista de tango por cuarta vez con canciones como Pequeña, Pasional o Garganta con arena? ¿Importa que antes lo haya hecho en categorías masculinas y que ahora comparta nominación con artistas como Marisa Vazquez y haya vuelto a ganar?
Sin ahondar en el mérito de Vazquez, harto conocido por las feministas del tango y expresado en temas como Yo soy, El zarpazo o Zavaleta de su disco Arde: ¿qué arroja la industria cuando su toque “modernizador” es la actuación de Ysy A, un artista de veintidós años que en sus redes promociona su single Traje unos tangos como “el varón del trap”? ¿Qué comunica la industria auspiciante cuando pone en primer plano a un joven tanguero sólo en contadas marcas de estilo? Como dice Cavalletti: “¿el borramiento del binarismo resultó favorecedor en sí mismo?, ¿sería deseable incluir un cupo de artistas mujeres y otros?”. Y las preguntas siguen.
En el actual contexto de emergencia cultural: ¿qué visibilidad le da al tango que nace en las bases, en las milongas de los barrios y los clubes de distintos puntos del país que Amelita y Cucuza compartan video con un joven trapero? ¿Qué sector busca seducir la industria informada por la big data si no es una porción del mercado juvenil? Ese que explota de visualizaciones y reproducciones las nuevas superficies de disfrute musical.
Así las cosas, el indie del tango parece seguir coexistiendo en una misma grieta, que desde aquí no buscamos alimentar, pero nos llena de preguntas: la del tango de las vidrieras y la del tango de las bases, que florece en composiciones que continúan, quizá provechosamente, brotando en la marginalidad. Ya que los deseados premios a veces aciertan y otras devuelven puro bluff.

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