Por Sebastián Linardi
Edición de Fotografía: Nicolás Cobelli
El Museo de Carlos Gardel, en el Abasto, funciona en lo que era la casa de Gardel.
Parte del encanto era, justamente, estar en una casa chorizo de esa época, mantenida lo más parecida a lo que había sido en ese entonces. Y donde Gardel había pasado sus días, junto a su madre.
El Gobierno de la Ciudad, se propuso reformarlo y el pasado 15 de Junio se realizó su re apertura.
Amarga fue la sorpresa al ver que el Museo Carlos Gardel se convirtió en un «no lugar».
Un lugar insípido, que podría ser cualquier lugar, de cualquier parte del mundo. Una reforma arquitectónica que solo aplica la estética minimalista hoy imperante. La foto de como quedó, podría ser la del hall de un edificio nuevo de Palermo (o la lavada de cara de otro más viejo), el rincón de una nueva estación de subte, algún recoveco de un shopping, una nueva galería de arte…
Quienes tuvimos la oportunidad de estar allí, nos quedamos helados. Porque el museo seguramente necesitaba mejoras. Pero no éstas.
Cuando alguien no entiende la sustancia de algo, pasan estas cosas.
Esto se encuadra en la pérdida del patrimonio cultural de la ciudad, no en su rescate. Un absurdo, tratándose de un museo.