Täubchen

En homenaje a los 2 millones de mujeres alemanas abusadas por el ejército rojo en su avance por el Tercer Reich.

Por Oscar Fischer 
Foto: Magdalena Ladrón de Guevara

 

Corriendo desesperada con la ventaja que le daba la pendiente de la calle Krautsand, Hanna volvió llorando de la escuela hostigada por sus hermanos que le habían mostrado que no era como papá decía, que los escarabajos se ahogan al cruzar el canal. Su madre tomó al mayor de las orejas y lo confinó al lado de la chimenea y sin almuerzo.

Más allá junto a la ventana donde daba el sol por la tarde, la mesa estaba lista y ordenada. Todo en su lugar colocado como dos ejércitos listos para la batalla. En una fila, una centena de zapatas seguidas de sus correspondientes martillos ubicados en un soporte que daban la imagen de catapultas. En otra, hacia el centro de la mesa como en una retaguardia, un sinnúmero de resortes. A la derecha una gran usina de hierro fundido desbordada de cola de conejo como proveedora de todo el fuego y contacto que debía producirse un rato después del almuerzo, contra ese frente constituído esta vez por cientos y cientos de pequeñas flores de nácar de todo tipo que aprovechaban la presencia del sol para encandilar con su brillo a todo lo que estuviera cerca.

No muy lejos de la mesa, sobre una estantería de madera que alguna vez tuvo recuerdos de la familia, una hilera de frascos guardaban como reserva de municiones unas pequeñas articulaciones de cuero, tachuelas y tornillos. Y más atrás, otra botellita de boca ancha que era la preferida de Ralf para seguir asustando a su hermanita con un escarabajo adentro.

Cuando la luz del sol ya no entrara por la ventana, los escarabajos asesinos ya estarían durmiendo, pensaría el padre mientras bajaba por la calle de la pendiente después de haber bebido más de la cuenta con sus amigos al abandonar la fábrica Alfred Arnold hasta el otro día.

Mörder Käfer! Mörder Käfer! (escarabajos asesinos) murmuraba mientras entraba a la humilde casa haciendo un movimiento con sus manos como si estuviese estrangulando gallinas. Luego se acercaría a la mesa a fiscalizar todo el trabajo realizado con los niños parados frente a la puerta del cuarto con las manitos entrecruzadas por delante y su madre de espaldas lavando enérgicamente unos trastos.

Después de dar una vuelta a la mesa ante la mirada aterrorizada de sus hijos, se dirigió hasta su esposa a decirle algo que Täubchen, así llamaba su padre a Hanna (pequeña paloma), intentaba escuchar. Algo sobre los escarabajos.

Pero no, la noticia era que el día de hoy los perros no lo habían atacado y que los rusos estaban ya a 100 kilómetros del río Elba, le había dicho su jefe. Y que en su oficina le había dado un sermón con los siete tornillos (palomitas) de un bandoneón puestos sobre el escritorio. Y que con eso intentaba decir que los siete tornillos eran los siete integrantes de la familia y que las tres mujeres debían irse a un lugar que Täubchen no escuchó con claridad pero que comenzaba con O.

 

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