Por Nicolás Cobelli
Foto de portada: Máximo Parpagnoli

Estoy en el quinto piso del Teatro Colón y observo absolutamente todo. Los bronces, las máscaras que decoran el proscenio, y los nombres de varios de los mejores compositores de la historia que rodean la cúpula pintada por Raúl Soldi. Yo observo y espero. En unos minutos va a comenzar la función. La cita: Dos operas clásicas del Verismo italiano, “Cavalleria Rusticana” de Pietro Mascagni y “Pagliacci” de Ruggero Leoncavallo. Estoy muy entusiasmado porque es la primera vez que voy a ver una ópera en el Colón, pero con una particularidad. No es una función oficial, es el ensayo general previo al estreno y han decidido que sea abierto al público. A decir verdad es una función de preestreno porque no falta ningún ingrediente, una función de prueba. Y a mi entusiasmo se le suma que el personaje principal de la noche es José Cura, quien tiene 3 responsabilidades en esta ocasión: Es el director de escena, el director de iluminación, y por si fuera poco debe interpretar a “Canio” el personaje principal de “Pagliacci”.

Se escuchan los primeros compases de la orquesta estable del Colón, dirigida por el maestro Roberto Paternostro, la adrenalina comienza a dispersarse entre las almas presentes como un elixir mágico que logra alquimizarlas en una misma sintonía, aunque sea por un par de horas (algo que solo la música puede lograr).

Por fin se corre el telón, pero lo que se ve en el escenario no es lo que uno imagina, lo que se oye tampoco. Mi mente tarda unos segundo en reconocer que es lo que está pasando allí. Esta noche vine preparado para observar y oír otra cosa y necesito en este momento reacomodar mi perspectiva y preguntarme si es lo que yo creo que estoy viendo y oyendo. Sí, sí. ¡Es Gardel!. La voz que se oye es la de Carlos Gardel cantando Caminito, de Juan de Dios Filiberto y Gabino Coria Peñaloza.

Foto Arnaldo Colombaroli
 

La escenografía no son las calles de Sicilia como está estipulado, incluso las vestimentas son otras. El que canta es Carlos Gardel y el paisaje es el de Caminito en La Boca, el Caminito de Quinquela Martin. Hay faroles, adoquines, un bar, “un botón que toca ronda pa’ no quedarse dormido” y también un galán plantado en la ochava como quien campanea la cosa. Entonces sonrío como un nene y como tanguero que soy se me infla el pecho de orgullo por ver semejante escena, nada más y nada menos que en el Colón.

Jose Cura como Canio y Monica Ferracani como Nedda. Foto: Máximo Parpagnoli.
 

Esta maravilla salió de la inquieta mente de José Cura. Algo más que un cantante lirico. Un artista. Un tipo que se apropia de las obras que interpreta y produce, y que no se queda con la superficialidad de ellas sino que bucea en su verdadero mensaje. En esta ocasión hizo una traspolación de historias ubicando estas dos óperas en La Boca, como homenaje a la inmigración italiana en la Argentina. Y si es admirable esta proeza artística y todos los artistas que participan en ella (enormes artistas todos), también es admirable que poco le ha importado a Cura lo que vayan a opinar los contreras de siempre. Aquellos que ven y ponen una división entre lo clásico y lo popular, aquellos que solo escuchan notas musicales, voces audaces, bandoneones estrambóticos, finales de tango interminables, y todos los clichés en uno y otro género, aquellos que buscan la conmoción solo en el virtuosismo y no en el hecho artístico. ¿A quien no le gusta escuchar y ver algo bien hecho? Pero también importa lo otro, la expresión. Esta propuesta tiene las dos cosas. Como las tenía Gardel.

Lecturas

Cavalleria Rusticana básicamente cuenta la historia de Turiddu, un soldado que regresa a su pueblo en Sicilia en la semana de pascua para reencontrarse con Lola, su prometida. Pero él se desayuna con que ella se ha casado con otro hombre: Alfio, un carretero del pueblo. Todo lo que sucederá luego irá dibujando un camino que inevitablemente culminará en un duelo a cuchillo, brindis previo con su contrincante. Esta ópera nos remite a tangos como “Honor Gaucho”, “Brindis de Sangre”, “Duelo Criollo”, “El Ciruja” y tantos otros con temática similar. Tangos de los más sencillos poéticamente hablando, pero clásicos imbatibles si los hay. Un duelo por cuestiones de amor es la lectura más rápida que se puede hacer de la historia, pero Cavalleria también me remite a “El Hombre De La Esquina Rosada” de Borges o “El Sueño De Los Héroes” de Bioy Casares, lecturas más complejas y con un mensaje más profundo: La tragedia del hombre que se dispone a arriesgar su vida por honor, las traiciones, las ilusiones marchitadas por un tercero, la venganza, la hombría, el coraje, el ser humano con sus miserias y virtudes. Esto es lo que ha buscado trasmitir Cura con su puesta en escena. Y hay una tercera lectura que es la metafórica, explica José Cura:

Turiddu y Santuzza son diminutivos de Salvatore y Santa. El nombre original de la madre de Turiddu no es Mamma Lucia, sino Nunzia, que es, a su vez, diminutivo de Annunziata, o sea que es Anunciación. Lola es diminutivo de Addolorata, Dolores en español. Y por si fuera poco, la historia de Cavalleria transcurre en Pascua: un tal Salvador, hijo de una tal Anunciación, que muere en Pascua traicionado por una Dolorosa y vendido por una Santa. Y más todavía: la ceremonia en la cual Salvador se entrega, es un brindis con vino tinto: un rito de sangre. “

El Tango Y La Opera

La ópera ha influenciado al tango canción desde sus comienzos. Sus primeras letras cantadas están nutridas del Verismo. Este es un estilo operístico surgido alrededor de 1880 en Italia. El mismo comenzó como un género literario y luego fue llevado a la opera por tipos como Leoncavallo, Puccini y Mascagni.

Mariana Rewerski como Lola , Enrique Folger como Turiddu, Guadalupe Barrientos
como Santuzza. Foto Máximo Parpagnoli.

Son historias que reflejan las vidas, las alegrías y tragedias de los hombres comunes, de los laburantes, los pobres, los postergados, los buenos y los canallas. Las putas, las fieles, las infieles, las maltratadas. No son pocos los tangos que reflejan este tipo de historias, e incluso que nombran a personajes de la ópera. Un ejemplo de esto es el tango “Griseta” de José González Castillo, sobre una joven francesa que llega al arrabal porteño llena de ilusiones de amor y felicidad, pero su historia culmina como la de Margarita Gautier, personaje de “La Dama de Las Camelias” novela de Alejandro Dumas en la que se inspiró Verdi para componer su ópera celebre “La Traviata”. En Griseta, Castillo describe a la dulce francesa como una “Mezcla rara de Musetta y de Mimí, con caricias de Rodolfo y de Schaunard” cuatro de los protagonistas de “La Boheme” de Giaccomo Puccini. También nombra a “Manón” otra opera del mismo autor.

El tango “Silbando” (también de Castillo) tiene otra particularidad, cuenta una historia similar a la de Cavalleria Rusticana pero ambientada en Dock Sud, en Barracas Al Sur (Avellaneda). La melodía y leitmotiv de Silbando, es idéntica a un pasaje del Vals de Musetta, una de las Arias del segundo acto de La Boheme.

Con “Pagliacci” sucede algo similar. Varios son los tangos que reflejan tragedias de hombres y mujeres que trabajan en circos criollos, circos de pueblo, artistas pobres como el prestidigitador que describe Raúl González Tuñón en su poema “Juancito Caminador”. Circos barriales como el del célebre payaso Frank Brown. Historias de artistas que deben lidiar con las peripecias de la vida trashumante. Así encontramos tangos como “Ríe Payaso” (clara apología a Pagliacci), “La Muchacha Del Circo” o “Salto Mortal”, la historia de un payaso que vive muy feliz con su pareja, la ecuyere del circo, hasta que un adinerado estanciero llega un día y ella seducida por sus promesas de fortuna, abandona al noble payaso, que tras observar la escena sube al trapecio y se arroja al vacío mientras los niños observan el trágico espectáculo.

Otro tango con una letra más profunda y que se asemeja a la historia de Canio, el payaso de Pagliacci, es “Soy Un Arlequín” de Enrique Santos Discépolo. En este caso el artista circense canta y baila para ocultar sus penas de amor, le reclama a la mujer que lo hirió sentimentalmente, el haber depositado sus esperanzas en ella, se jacta de haberla rescatado de la calle y de ser traicionado:

“Me clavó en la cruz tu folletín de Magdalena porque creí que era Jesús y te salvaba”, “perdoname si fui bueno, si no se mas que sufrir, si he vivido entre las risas por quererte redimir” y para rematar su tragedia el arlequín sentencia: “!cuanto dolor que hace reír!”. 

Hasta aquí un breve recuento de algunos tangos emparentados con la opera. Pero no solo en el plano poético ha sido influenciado el tango, sino también en el interpretativo. Carlos Gardel, el máximo exponente vocal del tango, siempre reconoció ser fanático de los tenores Enrico Caruso, Tito Schipa, Beniamino Gigli y Tita Ruffo. Incluso llego a entablar amistad con algunos de ellos y con Ruffo hasta llego a tomar algunas clases de técnica vocal según cuentan testimonios de la época. No solo Gardel fue influenciado por el canto lirico, aunque él fue el primero que implementó esa técnica en la música popular Argentina (pavada de logro). Si escuchamos las grabaciones de Gardel en 1912 y las comparamos con las que grabó a partir de 1920 se nota un enorme progreso vocal y musical en él. Esto se debió al estudio de canto lirico que realizó con el maestro Eduardo Bonessi a partir 1919. Bonessi fue un reconocido maestro de canto dentro del tango. Además de Gardel tuvo como alumnos a cantantes de la talla de Alberto Gómez, Floreal Ruiz, Alberto Marino, Azucena Maizani, Ignacio Corsini y Roberto Maida entre tantos otros. Otro estudioso del canto lirico fue Edmundo Rivero, quien incluso escribió un pequeño libro sobre este tema y sobre la voz de Carlos Gardel. El tango a su vez logró meterse en el gusto de celebres tenores como Tito Schipa, quien grabó versiones de tangos como “Confesión”, “La Cumparsita”, “Vida Mia”, “Donde Estas Corazón”, “Dímelo Al Oído” y ¡hasta se animó a la composición! Con su tango “El Gaucho” que lo grabó en 1928 y nada menos que en New York.

Pero a pesar de que el tango llegó por primera vez en 1910 al Colón y que por su escenario han desfilado grandes figuras del género, nunca Gardel pudo cantar allí. Hasta ahora, que oigo su voz desde el quinto piso del Teatro Colón con sonrisa de nene. Hoy vine a ver a uno de los tenores liricos más importantes de la Argentina y del mundo: José Cura. Y él me recibió con la voz del más grande de los cantantes populares: Carlos Gardel

Gracias José

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