Por Sebastián Linardi
Foto: Lucía Merle

Uno de los nexos entre épocas del tango, no tanto por su edad, sino por actitud artística. Su sensibilidad como cultor del género, lo convirtió, en la década del 60, en uno de los tantos síntomas vivientes de que el tango necesitaba una renovación. No fue el único en sentirlo, pero sí uno de los más importantes. E hizo ruido como poeta y letrista, en esa búsqueda sincera y arriesgada, bancándose críticas y de las grandes.

Pero tan grandes como los logros obtenidos. La alianza compositiva que tuvo con Astor Piazzolla, creando tangos revolucionarios que, por su excelencia, paradójicamente también terminaron siendo clásicos, fue quizás el punto clave de una carrera, que le abrió la puerta a muchos más.

Persona multifcética, fue también gran divulgador y emprendedor de armados institucionales y legales, que breguen por la protección de un tango en crisis. Su enorme colección “El libro del Tango” y la fundación de la Academia Nacional del Tango, en 1990, son otras de las huellas que dejó en su recorrido histórico dentro del 2×4.

Y claro, también fue un gran defensor de los nuevos artistas que, en los albores de este siglo XXI se acercaron a un tango que en un momento parecía que se moría y hoy parece no tener fin. Ferrer hasta se dio el lujo de disfrutar de ello.

Hoy se fue el gran poeta y luchador tanguero. Como muchas veces, las palabras sobran, simplemente, va un sentido brindis, a su salud.

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