Por Anahí Pérez Pavez

 
Hace una semana una artista denunció que el ex guitarrista de un grupo de rock –su padre– la abusó sexual y psicológicamente durante su infancia y adolescencia. Los medios se hicieron eco de las palabras volcadas en redes sociales por la sobreviviente. Los zócalos insistían en que el rockero había cometido violación. No es difícil imaginar los muchos clics que atrajo la noticia. Lo cierto es que días después la chica se manifestó abrumada y se dispuso a continuar creando música con su guitarra durante el repliegue obligatorio que impuso el Covid. En particular posteé al compartir la noticia que “idolatrar es un modo de dominación”, porque entendí que el foco debía darse en lo que la hija del rockero abusador había manifestado y nadie parecía haber escuchado. Ella llamó en sus posteos a “no romantizar al famoso”. Ella, que se autonombró Ume Boshi, señaló que luego de los abusos venían el sushi y la vida social, la cocaína y la fama. Ella nos regaló la clave del problema, un problema de poder, y los medios replicaron que era una víctima de violación y dijeron un cúmulo de zalamerías, sin escuchar su voz, siendo inexactos con las figuras legales, exponiendo y desprotegiendo a la “víctima”.
            Las feministas registramos la operación, no nos sorprende, pero nos molesta porque sí escuchamos a la sobreviviente y a la artista que se erige detrás de la denuncia.
            Quien haya editado en Wikipedia el término groupie señaló bien, se refirió a las fans de músicos –éstos generalmente varones- que “tienen una larga reputación de estar siempre disponibles para celebridades, estrellas pop, estrellas de rock, y otras figuras públicas”. Ese es el quid: la disponibilidad. Aquella que se nos ofrece a las mujeres como sumun. Sé sexy. Sé receptiva. Mostrate abierta. Perseguí a tu ídolo. Ya en la adolescencia, desde los Beatles para acá se abrió un mercado, y nos llama. Nos convoca desde las vintage revistas teen hasta una actualidad más deconstruída y diversa, pero no menos envolvente.
            Las mujeres que formamos parte del tango desde distintas disciplinas venimos laburando estos temas, no es nueva nuestra voluntad de deconstrucción. Creo que es importante registrar en qué medida colaboramos con la operación groupie, ya que de eso habla la denuncia contra un famoso. Viene a develar una operación de dominación. Viene a decirnos hay una asimetría de poder y hay quien puede aprovecharse de eso y drenar nuestra energía vital. Nos hemos acercado al tango por un afecto que muchas veces excede nuestra razón. Bailamos, interpretamos, componemos o escribimos sobre tango porque algo de un deseo irreverente se cuela en el abrazo con el género musical machista por antonomasia. Vamos a seguir practicándolo después de la pandemia. Lo hacemos contra ella. Cuán grande será el deseo que bailamos solxs y milongueamos por streaming. El punto es que lxs feministas del tango nos escuchamos, y en esta gran conversación que es el feminismo también escuchamos a las músicas que curten otros géneros. Y ya no doramos la píldora que nos convida el patriarcado. Si hay un machista, abusador o violento que coarta a una piba saltamos. Y queremos seguir escuchando la música que germina en Ume Boshi, en un momento de dolor o reivindicación, y la de todes les pibxs que quieran romper el mundo con su verdad.
 

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