Por Sebastián Linardi
Canción criolla remite directamente al repertorio que llevaban consigo los cantores nacionales que recorrían los pueblos siguiendo el camino de las fiestas populares, allá por la década del 20 y 30. Esos cantores que intercalaban tangos y milongas con canciones folclóricas (y de otros estilos) con la intención de amenizar veladas y lograr empatía con el público, un motivo no menor.
Retomando bastante de ese espíritu, pero en formato orquestado, “Moradores Tango” editó a fines de 2015 “La Canción Criolla”, el primer disco de este quinteto que suelen rondar las largas noches de bohemia por milongas, fiestas y toda oportunidad que se ofrezca para lograr el milagro de conmover al público.
Con un repertorio variado, que alterna tangos, milongas, candombes y folclore, la propuesta del grupo sorprende por su espíritu lúdico, donde los músicos parecen jugar entre sí en complejos arreglos que asemejan gambetas amistosas en un partido de amigos. Interpretaciones con guiños de picardía, de esos que, por vistosos, provocan sonrisas en el público. Y lo logran tanto con canciones “clásicas” de esas que sabemos todos, como con temas de autores contemporáneos (como Pauline Nogues), ya no tan conocidos pero no por ello menos valiosos.
Y hay interpretaciones fabulosas. Imposible no emocionarse con la versión de “La Canción y el poema” (A. Zitarrosa – I. Vilariño), donde una acertada cadencia lenta y expresiva acompaña acertadamente la increíble voz de María José Ortíz, en una de las mejores versiones que se hayan hecho de esta milonga del gran cantautor uruguayo. O la poderosa e instrumental “La Candombera” (P. Sensottera), con un hermoso trabajo de armonías y contrapuntos que abren el espacio a que los instrumentos jueguen entre sí.
“Canción Criolla” resulta ser un disco poderoso que logra ese difícil equilibrio entre la excelencia interpretativa, el espíritu lúdico y conservar una pata que ancle en el baile y el gusto popular. Tres patas simultáneas que arman el concepto artístico de un grupo que las cuida como bandera no negociable. Un justo equilibrio que invita a parar la oreja y mover los pies.